El reconocimiento
Sones de lluvia me arrancaron del sueño. De inmediato, el consabido fragor llenó la
vacuidad de la habitación. Su recuerdo le puso un ritmo lento a la noche mientras el
ruido crecía. Aún guardo memoria de manos que respiran, sudan, tiemblan, se
embravecen como el mar, se mecen cual campo de espigas para terminar, surcando
como lo hace un río en busca de su desembocadura. Y, de repente me visitaron las
imágenes de nuestras manos en pleno dialecto de pasión; entretanto, el ruido se
hacía dulcemente insoportable. Aún guardo un pedazo de su alma dentro de la mía.
Ella es, en ausencia. La lluvia cesó y el ruido se fue apagando.
Por la mañana tuve una idea. Escribí algo en un papel. Bajé al 5to “C” y lo pegué en
la puerta: “Anoche lo hicieron tan bien que, cuando terminaron, me encendí un
cigarro”.