SOCIOS DE UNA PASIÓN

SOCIOS DE UNA PASIÓN

Se suele asegurar que el fútbol es pasión de multitudes, porque agota entradas, llena estadios, triplica el rating y suele encender acaloradas discusiones “futboleras” entre otras cosas. En argentina somos testigos de eso maravilloso que son las tribunas de un estadio de fútbol. Allí existe un sentimiento que solo se explica y se entiende si se estuvo allí, si viajó kilómetros de distancia para ver a su equipo, si tuvo incontables horas para obtener su entrada, si ahorró hasta el último centavo para llegar a esa bandera que en otro lugar y circunstancia no compra. Que solo espera el domingo para volver a esos amigos “de cancha” que no volverá a ver en la semana, y hasta abrazarse con ese desconocido por ese gol tan esperado.  

Los argentinos también sacamos pecho cuando hablamos de música, nos apasionamos por nuestra banda preferida no importa el género predilecto, pero esa será la banda que seguiremos a todas partes, o esperaremos con ansias el recital en algún lugar cercano a nuestro barrio. Compraremos su remera estampada o llenaremos de posters nuestra habitación. Una pasión que se explica únicamente si estuvimos en un recital, porque allí radica un “espíritu” único en los que no solamente vamos por esa banda preferida, sino que nos quedamos a ver las siguientes, nos hacemos de amigos de otras cuidades y es unos de los pocos lugares sobre esta tierra donde poco importa nuestras diferencias sociales, culturales y de género. 

Pero, ¿dónde nace esta “sociedad” que una a dos pasiones tan arraigadas?, ¿cuál es el gen que permite darle vía libre y desenfrenada a esto que gusta y amamos tanto? El barrio es un lugar donde, quizás, haya parte de la explicación. Los clubes donde miles de chicos comienzan a patear una pelota es un punto, porque detrás de ellos hay padres y madres que conviven con pares día a día en su esfuerzo, donde el entrenador sale de su trabajo y antes de llegar a su casa va para el club, donde viajan a otros barrios a competir a pesar del frio o calor acompañando a sus hijos y compartiendo una pasión desde su base que es su sentido de pertenencia; su club de barrio. Es la etapa en la vida que se llevará por siempre en la memoria y el corazón de todo aquellos que tuvieron la suerte de vivirlo. 

La música también tiene un trasfondo que permite que esta expresión se libere en su máxima intensidad. En el llamado “Under” de la música, que son los “suburbios” donde existe un maravilloso semillero y las manifestaciones germinan sin parar, donde los cuestionamientos estéticos y musicales poco importan porque lo importante es poder expresarse. Ahí conviven todo tipo de estilos, acarreando público variado que sabe respetar y darle valor al trabajo de los artistas. 

Allí se valora otro tipo de cuestiones porque se parte del amor a lo que se hace, pero en lugares donde la entrada significa llevar un alimento para algún comedor del barrio, donde el amanecer te puede encontrar en charlas con gente a la que jamás viste, donde no se aplaude la calidad del artista de esa noche sino el esfuerzo que hizo para lograr estar allí.  

En esos lugares juega la pasión que vas más allá del artista o el jugador del momento, es expresarse con el corazón. Porque al fin y al cabo ese es el hilo conductor. 

Claudio Calleros

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