Escritores sin rostro

Escritores sin rostro

Hernán, joven lector apasionado, comenzó su pasión literaria a la edad de siete años, al quedarse
fascinado con Las Mil y Una Noches, que su abuelo le regaló. Desde aquel momento no dejó de
consumir cualquier libro que se le hiciera presente. Así transcurrió su vida hasta hoy, siendo un
joven culto de veintidós años.
Pero algo era realmente muy curioso en este muchacho. Resulta que Hernán, a pesar de los tantos
años desde que comenzó a frecuentar diferentes bibliotecas y contenido literario, jamás había visto
ni indagado en un escritor, autor de las obras; sin importar el medio ni el siglo del que viniera. Como
mucho «y en contra su voluntad» sólo había oído unos nombres mencionados por sus amigos, a lo
cual él intentaba no prestarles atención. Pues consideraba que un escritor no es una persona, sino
únicamente su obra. Aquella meditación lo sumió brevemente en una especie de depresión, de la
cual salió al optar simplemente por ignorar cualquier autor, adentrándose únicamente en los textos
que se le presentaran, no en quienes los escribían.
Tan al límite llevaba su ideal, que siempre se cuidaba de las fotografías de autores en las tapas de
sus perspectivas obras (cosa demasiado complicada para cualquiera).
Así continúo su vida, sin siquiera poder distinguir a Shakespeare de Bukowski;simplemente leyendo.
Cierta tarde, sentado en la banca de una plaza, observó miles de maravillas: diversas personas, a las
cuáles les atribuía cierta historia; árboles, de tan distintos tamaños y formas; y magníficos lugares.
También oyó historias ajenas de lo más extravagantes, el dulce cántico de los pájaros y uno que otro
susurro incompleto, haciéndole activar la imaginación para una complementación de lo oído, y
decenas de cosas más, lo que le trajo un bienestar interno como nunca antes había sentido. En aquél
momento, sin poder controlarse, tomó el cuaderno anillado, que siempre lleva consigo, y una
lapicera, comenzando a escribir de una manera convulsiva. Su escritura al comienzo fue crítica, pero
no pasó mucho para que, sin darse cuenta, se hallara escribiendo un cuento. Luego otro, y otro.
También escribió una obra teatral, y mucha poesía. Donde volviera a la realidad fuera de su
actividad, se hallaba nuevamente con esa terrorífica inspiración sorpresa que incita, más bien obliga,
a escribir. Así pasó su tarde, hasta que llegó la hora del cese. Tomó sus cosas y volvió a casa, con
todo un mundo completo dentro de su cuaderno.
Al ingresar al hogar dejó sus pertenencias sobre la mesa principal, como era costumbre, y marchó
hasta su habitación. Su querido abuelo, el cuál estaba sentado sobre el sofá, y que siempre se
interesaba por las actividades de su amado nieto, se acercó con curiosidad al ver el estado del
cuaderno que, nuevo por la mañana, parecía ya estar lleno.
El abuelo, al ojear el cuaderno, quedó fascinado con lo que leyó. No sólo estaba bien narrado, sino
que lo escrito transmitía una gran pasión juvenil. De inmediato supo que el éxito de su nieto estaba
asegurado, pero que, conociéndolo, no lo publicaría, como ocurrió en otras oportunidades.
Por lo que tomó el cuaderno e inmediato, sin consultarlo con el nieto, se contactó con sus amistades
más influyentes en el ámbito de la literatura y cultura, entre los que habían escritores y editores,
entre otros. Les rogó, con extremada insistencia, oír los relatos (los cuales él mismo estaba dispuesto
a narrar) o pasarse lo más pronto por su casa para leer lo que les tenía preparado. Algunos fueron,
y otros se limitaron a la opción más cómoda. Pero todos, sea cual fuese su medio escogido,
congeniaban con una misma opinión: lo que Hernán escribió era digno de los más importantes
reconocimientos en el mundo literario, y más; en la historia universal de la literatura.
Y todos, incluyendo al abuelo, estaban más que dispuestos a llevar a cabo aquél objetivo. Los
escritores amigos comenzaron a analizar por segunda vez la obra, mientras que los amigos editores
comenzaron a moverse rápidamente para que se cumpliera. Fue tanta la conmoción y la
cooperación que para la noche siguiente había llegado un paquete para el abuelo, en cuyo interior
contenía la primera copia del libro publicado.
Emocionado, el abuelo corrió hacia la habitación del nieto, el cual estaba completamente
desinformado de lo que estaba sucediendo alrededor, con su obra.
El abuelo le mostró el libro, y Hernán, lejos de estar alegre, cuando lo vio comenzó a llorar
desesperadamente, como si hubiera presenciado uno de los nueve infiernos del Dante. Pues sabía
muy bien que, a pesar de ser mundialmente reconocido, ya nunca podría volverse a ver… Y así lo
comprobó al pararse frente un espejo y no ver su rostro

Santiago Martínez

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